jueves, 18 de septiembre de 2014

C-a-e-r.

Existencialistamente, así es como un simple gesto y un simple hecho dan cuenta de la clase de preguntas a las que pretende ir encontrando la razón.
Descansando tranquilamente en medio de un recuerdo, bien sabiendo: dormir eternamente es la único que se puede llegar a tener. ¿Soñar basta?
Dormir, morir: recordaba a Sebastián, él me recordaba a Shakespeare. Soñar un sueño eterno sin retorno, mirar el reflejo y dar sentido a la sensatez. Los efectos de este sueño eterno se verán en las vidas siguientes, si es que hay esperanza después de morir, o si es que morir es la única esperanza. ¿Dónde comienzan los sueños? ¿Dónde termina la realidad? Me pregunto si es válido temer; o si era mejor tirarse al vacío, con base en la confianza y una mano para caer; o unos brazos para empujarme y luego tirarse a abrazarme con fuerza. Existencialistamente, caer. No deseaba mucho, era lo último que quería. Hay momentos en los que todo cambia y el mundo parece moverse más que de costumbre, es entonces cuando todas las certezas se derrumban. 
Ser o no ser, esa es la cuestión. ¿Qué es más noble para el alma sufrir los golpes y las flechas de la injusta fortuna o tomar las armas contra un mar de adversidades y oponiéndose a ella, encontrar el fin? Morir, dormir… nada más; y con un sueño poder decir que acabamos con el sufrimiento del corazón y los mil choques que por naturaleza son herencia de la carne… Es un final piadosamente deseable. Morir, dormir, dormir… quizá soñar. Ahí está la dificultad. Ya que en ese sueño de muerte, los sueños que pueden venir cuando nos hayamos despojado de la confusión de esta vida mortal, nos hace frenar el impulso. Ahí está el respeto que hace de tan larga vida una calamidad. Pues quien soportaría los latigazos y los insultos del tiempo, la injusticia del opresor, el desprecio del orgulloso, el dolor penetrante de un amor despreciado, la tardanza de la ley, la insolencia del poder, y los insultos que el mérito paciente recibe del indigno cuando él mismo podría desquitarse de ellos con un puñal. Quejarse y sudar bajo una vida cansada, por el temor a algo después de la muerte – El país sin descubrir de cuya frontera ningún viajero vuelve- aturde la voluntad y nos hace soportar los males que sentimos en vez de volar a otros que desconocemos. La conciencia nos hace cobardes a todos. Y así el nativo color de la resolución enferma por el hechizo pálido del pensamiento y empresas de gran importancia y peso con lo que a esto se refiere, sus corrientes se desbordan y pierden el nombre de acción.

Todos los derechos de autor no pueden ser rematados con el alma. Ahí yace la importancia de dejar escribir tomando ideas.

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